¿Solo a mí me pasa que, justo cuando se acercan las elecciones, mágicamente la municipalidad de mi cantón se pone a arreglar las calles? ¿O que de pronto aparece un ministerio que ni sabía que existía, haciendo cosas “sorprendentemente relevantes”? Qué curioso, ¿verdad? Qué coincidencia tan conveniente que, justo cuando el puesto está en juego, empiecen a aparecer acciones que, milagrosamente, resultan muy visibles. Entonces, estimadas personas lectoras, ¿será que hay una relación causa-efecto o será solo mi imaginación?
Pues bien, malas noticias: no es mi imaginación. Resulta que sí, la muni tapó el condenado hueco de la calle porque, adivinen, se venían elecciones. Esto, según los entendidos en la materia, se conoce como ciclo político-presupuestario. Que en palabras sencillas: es cuando los gobiernos juegan con el dinero público dependiendo del momento político. Especialmente si hay urnas a la vista. Pueden gastar más, reducir impuestos, inaugurar parquecitos o dar más ayudas... todo con la noble intención de que los veamos con mejores ojos y, por supuesto, les demos el codiciado voto.
Ahora bien, esto no siempre significa una gestión terrible, hay que decirlo. Todos sabemos que la memoria del votante promedio —y aquí los ticos somos los que menos nos salvamos— tiende a ser más bien corta. Cuando se acercan las elecciones, lo que pesa es lo inmediato. Es mucho más fácil recordar que taparon el hueco frente a la casa, que notar el impacto de una política de planificación urbana o de protección ambiental, cuyo efecto no veremos de forma inmediata.
Pero aquí viene el meollo del asunto, la razón por la que me tomé la molestia de escribir esto: el clientelismo político. Esa bella y costarricense tradición de usar los bienes y servicios públicos como si fuesen fichas de cambio para conseguir votos. En un mundo ideal, nuestras autoridades se ocuparían de tapar el hueco, planificar bien la ciudad y proteger la naturaleza. Pero en este mundo —el triste, lamentable y francamente impresentable “mundo real”— nuestras queridas autoridades usan el tiempo en el poder para:
- Generarse ganancias, porque casi nadie llega ahí por puro altruismo.
- Buscar la reelección a punta de artimañas, porque una vez que agarran ese hueso, no lo sueltan ni con la promesa de un puesto en la ONU.
Ahora bien, los estudiados en Derecho sabrán que, según el art. 142 del Cód. Electoral, al menos en elecciones nacionales, está prohibido que el gobierno y las municipalidades anden presumiendo sus obras públicas en medios de comunicación pagados durante la campaña. Sin embargo, prohibición tiene más huecos que la Recta de Finca Siete. El Tribunal Supremo de Elecciones ha dicho que lo que está vetado es solo la publicidad pagada. Por eso vemos a las instituciones públicas más activas que nunca en redes sociales, subiendo fotos de cintas cortadas, calles asfaltadas, parques inaugurados y anuncios del tipo “¡lo logramos, pueblo!”. Como es contenido “informativo” y no se paga por difundirlo, pueden seguirlo haciendo sin que eso viole la ley (en este sentido, véase, TSE, 2017, resolución No. 4337-E8-2017).
Y no solo eso: el artículo 142 que establece esta famosa “veda” aplica, según el TSE, únicamente a elecciones nacionales. En elecciones municipales, la prohibición no corre. Así que, durante las campañas locales, las instituciones pueden seguir pagando publicidad sobre lo bien que lo están haciendo sin ningún problema legal. En fin, entre que la veda es parcial, llena de excepciones y no aplica a todas las elecciones, lo que queda claro es que la ley parece más un decorado que una barrera real.
Entonces, ¿cómo puedo diferenciar entre venta de humo e información?
A continuación, podré a su disposición algunas “técnicas” para poder identificar cuando el gobierno de turno le está dando propaganda disfrazada de información:
- Fíjese en el lenguaje: Si suena a tráiler de película patriótica, viene con música épica, frases motivacionales tipo “¡Seguimos haciendo historia!”, pone más énfasis en la cara del funcionario que en el proyecto, abusa de adjetivos como “histórico” o “transformador”, lanza eslóganes institucionales sospechosamente parecidos a los de campaña y está cargado de emoción pero flojo en datos duros como costos, plazos, beneficiarios o estadísticas… entonces no lo dude: es propaganda, no información.
- ¿Usted pidió ver eso? Si no lo buscó, pero todavía así le aparece “hasta en la sopa” (radio, tele, banners, redes, hasta en la feria del agricultor)… entonces no lo dude: es propaganda, no información.
- ¿Casualidad… o “casualidad” electoral? Ese bache, acera o parque estuvo años en el olvido, pero justo lo arreglan meses antes de las elecciones. Si lo “milagroso” aparece justo cuando se acercan las votaciones, entonces no lo dude: es propaganda, no información.
- Evalúe la intención: ¿Le explican el proceso o solo quieren que usted sienta gratitud, orgullo o admiración por el resultado? La información educa y contextualiza. La propaganda provoca emoción rápida. Si solo le presentan una conclusión gloriosa sin mostrar el camino... entonces no lo dude: es propaganda, no información.
- Detecte el silencio estratégico: ¿Qué no le están diciendo? A veces el gran anuncio de hoy sirve para esconder el escándalo de ayer. Ojo con lo que no se menciona: ¿hay costos futuros?, ¿quién lo va a mantener?, ¿cuántas promesas anteriores siguen sin cumplirse? La propaganda corta la cinta; la información también habla del después. Si solo le venden el producto sin la letra pequeña... entonces no lo dude: es propaganda, no información.
En síntesis, y como reflexión final, me gustaría finalizar este ensayo con una frase que ilustra de forma muy sencilla y concreta cómo identificar propaganda:
Si camina como un pato, grazna como un pato y nada como un pato, entonces es un pato”.
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